domingo, 4 de octubre de 2015

Luces mortecinas

"O. le amaba, se repitió con una tristeza creciente al mismo tiempo que comprendía que ya nunca habría nada entre ellos, que nunca podría haber nada entre ellos. La vida te ofrece una oportunidad a veces, se dijo, pero cuando eres demasiado cobarde o indeciso para aprovecharla. La vida recoge sus cartas, hay un momento para hacer las cosas y para abrazar una felicidad posible. Ese momento dura algunos días, a veces unas semanas e incluso unos meses, pero sólo se presenta una única vez, y si quieres rectificar más tarde es simplemente imposible. Ya no queda sitio para la esperanza, la creencia y la fe. Subsiste una resignación suave, una piedad recíproca y entristecida, la sensación inútil y justa de que podría haber ocurrido algo, de que sencillamente uno se ha mostrado indigno del don que le acaban de hacer."
Michael Houellebecq / El mapa y el territorio

Nan Goldin

martes, 7 de julio de 2015

El universo entero cabía en nuestro salón (a Buenos Aires con nostalgia)

Recordará el colchón incómodo, inclinado. La cama chiquita que si te das una vuelta, así, somnoliento y borroso por los contornos de la noche, te vas al piso nomás. Recordará la cumbia del vecino despertándole cada mañana y el 'pará un poco, ché' dicho un poco a todos, pero a nadie en particular. Recordará los espejos sucios, los pomos de la puerta desgastados, las cucarachas correteando sobre madera húmeda. Recordará, ¿viste? las puertas abombándose por el calor pegajoso de Diciembre en Buenos Aires, casi como si respiraran suavito, como si quisieran que los inquilinos se den cuenta solo por un instante de que son células de un organismo vivo: una casa que va creciendo de a poquitos y derrumbándose de a muchos. Que se desangra por la fachada (y los flancos y la terraza y las tuberías) pero se esfuerza en mantener la dignidad señorial de antaño. Casa de pulgas, de putas, de adictos a la merca un tiempo. Casa de burgueses con pretensiones artísticas otro. Casa que ha sido testigo de tantas cosas que ya no le queda hueco en la oscuridad del portal ni en los tramos de las escaleras ni en los espejos de grumos cortados para nuevos vicios. Todo esto, sabe, lo recordará. Recordará las paredes pintadas cuando se expande la mente al son de pupilas dilatadas y el eterno pulular  por sus estancias de personajes de ese Buenos Aires que nunca sale en las guías para turistas. Recordará los conciertos improvisados de jazz y percusión en el salón, las sábanas ásperas que sólo se combaten a golpe de espasmo y caricia y las madrugadas imaginando desde la terraza unas estrellas que la ciudad, agujero negro, devoró con su luz propia. Recordará con inmensa nostalgia esos tiempos en los que apenas necesitábamos nada para sentir que teníamos todo. Entonces, cuando se percate con estupor de que más que recordando la vida está viviendo del recuerdo, se quedará absorto al borde del gélido precipicio que es su cama matrimonial vacía y, sintiéndose muy viejo de repente, entonará aquella vetusta cumbia que jamás pensó que quisiera recordar.

'Casa compartida', video realizado por mi compañera de aventuras
 en Buenos Aires, Violeta Aguado.

domingo, 22 de junio de 2014

Siempre vuelven de madrugada


Cuando te acuerdes de mi cuerpo
y no puedas dormir
y te levantes medio desnuda
y camines a tientas por tus habitaciones
borracha de estupor y de rabia
en algún lugar de la Tierra
yo andaré insomne por algún pasillo
careciendo de ti toda la noche
oyéndote ulular muy lejos y escribiendo
estos versos degenerados.
Félix Grande

martes, 25 de febrero de 2014

Mi manera de comprometerme fue darme a la fuga

sábado, 7 de diciembre de 2013

En nostalgique je vagabondais par l'infini

A. Pizarnik

"La mano de la enamorada del viento
acaricia la cara del ausente.
La alucinada con su «maleta de piel de pájaro»
huye de sí misma con un cuchillo en la memoria.
La que fue devorada por el espejo
entra en un cofre de cenizas
y apacigua a las bestias del olvido."


miércoles, 23 de octubre de 2013

El verano que nos talaron el sauce.


"Quizás Septiembre más que el principio fue un final
y aquel verano perdió sus hojas, y algo más"
Doctor Deseo.


Éramos niños salvajes. De esos que trepan por los árboles y tienen las rodillas llenas de cicatrices. Niños salvajes de barro en las uñas y prisa en los besos. Los típicos niños sudorosos y despeinados a los que miraban con desdén las madres que vestían de domingo a sus retoños en la puerta de la Iglesia.  A nosotros nos daba igual. Teníamos mil aventuras que inventar: colgarnos del campanario y redoblar las campanas a destiempo para molestar al cura, colarnos en cualquier casa abandonada a inventar historias de misterio y bruma o cazar renacuajos en aquel río helado. La vida era una fiesta y nosotros acudíamos saciados al banquete, entre moras y cerezas robadas de cualquier prado. Siempre acabábamos en nuestro refugio: aquel sauce llorón cuyo follaje nos protegía de un mundo aburrido que no nos entendía. Cuando cumplimos los diez hicimos un pacto de sangre bajo sus ramas: nunca creceríamos, nunca nos separaríamos. El filo de la navaja abrió nuestra promesa. Una certeza inconcreta pero evidente empezó a perseguirnos como una sombra mientras nuestros cuerpos mutaban y ya no bajábamos tanto al río porque, "qué vergüenza". Nosotros, que habíamos competido mil veces para ver quién meaba más lejos, levantado todas las faldas plisadas del pudor de las niñas bien y erigido nuestra intifada a pedrada limpia contra todos los niños envidiosos que no entendían nuestros juegos, empezamos a mirarnos como extraños. Peter Pan agonizaba entre estertores mientras nosotros cambiábamos las chucherías por cigarros de contrabando. Y las pausas entre tus piedras en mi ventana y mis "hoy no puedo salir, estoy castigada" se espaciaban. Agosto alcanzó la pubertad en un Septiembre moribundo y así agonizó el verano, último de muchos, porque sabíamos que vernos otra vez sería faltar a la promesa.
 "Y un pacto de sangre, nunca, nunca, nunca se puede romper. Porque sino te mueres.  O matas al otro con la sangre envenenada. Es verdad, te lo juro".

Epílogo.

El 25 de Julio del 2012, Clara volvió tras diez años a la comarca. La crisis económica impidió que su familia pudiera costear el apartahotel donde veraneaban desde 2003 en Torremolinos, de manera que tuvieron que regresar a la casa de los abuelos del pueblo. Cuando fue al prado dónde una década atrás habían construido el sauce-cobijo, sólo encontró un tronco seco y moribundo. Eleonor, la vieja a la que pertenecía el prado (que seguía igual de gorda que el último día que la había visto), le explicó que había muerto porque le había atacado un hongo. Ese hongo, le explicó, hizo que algunas hojas ennegrecieran y se cayeran primero, mientras que las demás se marchitaron y aparecieron como hojas quemadas. Eleonor dijo que con las lluvias de otoño salieron en el envés de las hojas manchas de moho. Y que ya no se pudo hacer nada. También le comentó que los científicos llamaban a esa enfermedad Fusciclaudium saliciperdum. Pero Clara sabía que su verdadero nombre era nostalgia.


Unounodos.



Todos los enfermos de soledad hacen del metro su ambulancia.


(Sálvese quien pueda.)