sábado, 7 de diciembre de 2013

En nostalgique je vagabondais par l'infini

A. Pizarnik

"La mano de la enamorada del viento
acaricia la cara del ausente.
La alucinada con su «maleta de piel de pájaro»
huye de sí misma con un cuchillo en la memoria.
La que fue devorada por el espejo
entra en un cofre de cenizas
y apacigua a las bestias del olvido."


miércoles, 23 de octubre de 2013

El verano que nos talaron el sauce.


"Quizás Septiembre más que el principio fue un final
y aquel verano perdió sus hojas, y algo más"
Doctor Deseo.


Éramos niños salvajes. De esos que trepan por los árboles y tienen las rodillas llenas de cicatrices. Niños salvajes de barro en las uñas y prisa en los besos. Los típicos niños sudorosos y despeinados a los que miraban con desdén las madres que vestían de domingo a sus retoños en la puerta de la Iglesia.  A nosotros nos daba igual. Teníamos mil aventuras que inventar: colgarnos del campanario y redoblar las campanas a destiempo para molestar al cura, colarnos en cualquier casa abandonada a inventar historias de misterio y bruma o cazar renacuajos en aquel río helado. La vida era una fiesta y nosotros acudíamos saciados al banquete, entre moras y cerezas robadas de cualquier prado. Siempre acabábamos en nuestro refugio: aquel sauce llorón cuyo follaje nos protegía de un mundo aburrido que no nos entendía. Cuando cumplimos los diez hicimos un pacto de sangre bajo sus ramas: nunca creceríamos, nunca nos separaríamos. El filo de la navaja abrió nuestra promesa. Una certeza inconcreta pero evidente empezó a perseguirnos como una sombra mientras nuestros cuerpos mutaban y ya no bajábamos tanto al río porque, "qué vergüenza". Nosotros, que habíamos competido mil veces para ver quién meaba más lejos, levantado todas las faldas plisadas del pudor de las niñas bien y erigido nuestra intifada a pedrada limpia contra todos los niños envidiosos que no entendían nuestros juegos, empezamos a mirarnos como extraños. Peter Pan agonizaba entre estertores mientras nosotros cambiábamos las chucherías por cigarros de contrabando. Y las pausas entre tus piedras en mi ventana y mis "hoy no puedo salir, estoy castigada" se espaciaban. Agosto alcanzó la pubertad en un Septiembre moribundo y así agonizó el verano, último de muchos, porque sabíamos que vernos otra vez sería faltar a la promesa.
 "Y un pacto de sangre, nunca, nunca, nunca se puede romper. Porque sino te mueres.  O matas al otro con la sangre envenenada. Es verdad, te lo juro".

Epílogo.

El 25 de Julio del 2012, Clara volvió tras diez años a la comarca. La crisis económica impidió que su familia pudiera costear el apartahotel donde veraneaban desde 2003 en Torremolinos, de manera que tuvieron que regresar a la casa de los abuelos del pueblo. Cuando fue al prado dónde una década atrás habían construido el sauce-cobijo, sólo encontró un tronco seco y moribundo. Eleonor, la vieja a la que pertenecía el prado (que seguía igual de gorda que el último día que la había visto), le explicó que había muerto porque le había atacado un hongo. Ese hongo, le explicó, hizo que algunas hojas ennegrecieran y se cayeran primero, mientras que las demás se marchitaron y aparecieron como hojas quemadas. Eleonor dijo que con las lluvias de otoño salieron en el envés de las hojas manchas de moho. Y que ya no se pudo hacer nada. También le comentó que los científicos llamaban a esa enfermedad Fusciclaudium saliciperdum. Pero Clara sabía que su verdadero nombre era nostalgia.


Unounodos.



Todos los enfermos de soledad hacen del metro su ambulancia.


(Sálvese quien pueda.)




Quién pudiera reír...


"Si ya te he dado la vida, llorona
¿qué mas quieres?
Quieres más"


Alguien cortaba queso y alguien liaba un porro. Llovía intenso y las gotas explotaban contra los cristales y se colaban por la grieta que Marcos aún no había tapado. Un cubo de agua recogía el incesante goteo que se filtraba en una madrugada demasiado fría para ser Octubre. En una esquina de la habitación había puesto varios puffs, un par de alfombras y lámparas rojizas. Nunca decidí si me gustaba o no. Estaba a medio camino entre rincón íntimo y burdel pretencioso y decadente. Habíamos vaciado ya ocho o nueve litronas, en las que se acumulaban cenizas que de vez en cuando alguien bebía por error; la botella de Brugal que Mario había robado en el Mercadona y un licor de hierbas asesino que me dejó en un estado de blanda semi-inconsciencia. El magnetismo de aquellas noches era que confluían en la misma estancia, como un enjambre de inadaptados, personas para mí desconocidas y excitantes. Ana me presentó a casi todos:  amigas de cuando estudiaba en el Colegio Mayor, un par de militantes de la facultad y compañeros de noches de pólvora y polvo blanco. Con la música de Chavela de fondo, Ana hablaba de desgarrarse por dentro. Lo hacía con la serenidad de quien ha sufrido hondo y sabe que quizás quiso saber demasiado. Su tristeza se intercalaba con la de La Llorona y, en mi ciego de alcohol y hachís, ambas historias se superpusieron y ya eran sólo una. La fuerza doliente, el empuje del que se sabe perdedor y persiste, la voz ronca pero firme. La anciana lesbiana que lucho toda su vida contra un entorno hostil y misógino por no tener que luchar más por nada, y mi amiga, quizás la más guapa de mis amigas, que se sabe atractiva y se siente desgraciada. Eran un sólo ser, eran la feminidad.  
Y qué es eso, debatíamos, y discutíamos todos sobre si la sexualidad es una construcción social, y sobre qué es la atracción ¿deseo o admiración? "pues acaso me fijo más en las chicas por la calle, pero luego busco pollas en los bares." Los temas recurrentes volvían: y el todos-somos-bisexuales lo dinamitaba Marcos diciendo que él había nacido marica, y que si hubiera tenido la más mínima esperanza de que le podría haber llegado a atraer, también, una mujer se habría evitado todo el sufrimiento acumulado. Hablábamos durante horas del miedo a la soledad en "esta sociedad en la que la velocidad del placer no deja tiempo al nacimiento del deseo", y siempre fluían las caricias cuando el sol comenzaba a desperezarse. Había gente que se quedaba dormitando entre cojines: gente abrazada, gente sin camiseta; algunos borrachos solitarios con la boca abierta y la baba colgando. Crisol de despojos. Yo siempre volvía a casa en el primer metro, tenía que llegar a la cama antes de que amaneciera papá, y mientras esperaba en el transbordo de Avenida de América me miraba reflejada en cristal del panel publicitario. La mirada hueca que me sostenía ese reflejo desconocido me inquietaba. Los retazos de las conversaciones se clavaban en mi incipiente resaca y mientras caminaba a casa, deprisa, que-joder-qué-frío-hace-al-amanecer ("la breve intensidad de las primeras luces..." sonaba en el mp3) volvían todos las palabras de contrabando en el baño, confesiones entre rímel corrido y tampax. Se me anudaba la desolación del anhelo, del deseo, del placer, de la bruma del vacío cuando explota la madrugada. Y del saber que el carpe diem era cada vez es más estridente. Y las drogas menos efectivas para paliar la ansiedad. Entonces, mientras corría hacía el portal, volvía la puta Ana a mi cabeza, para hacerme llover con sus tormentas.


"¿Y cuanto durará esta tristeza, María,
 cuándo se marchará esta tristeza?"




martes, 16 de abril de 2013

Se escribe con B.

Es saberte en casa lejos de casa. Es, escucha, charlas en la plaza hasta que el sol se esconde. Y luego la noche, todavía en la calle. Siempre con cervezas, sentidos embriagados entre caladas y el paladar satisfecho y los labios que anhelan. Es hacer compañeros de aventura a los desconocidos al compás de los yembés. Es Verdi, sí. Y poesía callejera y un congoleño recitando a Lorca. Es hacer de los martes, jueves; de los jueves sábados y lanzar los lunes lejos de sus murallas. Es rebuscar en sus mercados de antiguedades, absorver los poros del papel en sus bibliotecas y saborear la vida intenso en sus centros sociales. Es un picnic improvisado en un jardín y una botella de vino compartida en una sala de cine. Es volver a casa - y no saber cómo has vuelto - y vivir con la sonrisa despeinada y el pelo risueño. Es aprender sin pisar - casi nunca- la universidad, y hacer fiestas dentro de las aulas de La Universidad. Es pintar las paredes con tiza y que la lluvia no desgaste. Es una canción de Guccini y una bicicleta robada. Es un café con espuma y susurros en el ghetto judio. Un autostop nocturno y dos secretos. Es abrazarse a cualquiera y que cualquiera sea siempre alguien. Es un yonki con un perro en una esquina, y el olor a orina, y el cigarro de liar. Es tener veinte años y querer diez meses más (o menos, para volver a empezar.) Es dar tumbos, apurar tequilas, volver a casa en carros de la compra. Es temblar, vibrar, palpitar: morder intenso la vida. Es diluirse en "quizáses" y hacerse fuerte en otras sábanas, en otros abismos. Es la eterna huida y el inexorable encuentro. Es querer perderse y encontrarse, querer ser viento y hacerse tierra. Es colarse en sitios de pago y comer siempre gratis y querer siempre más. Es un gemido en un bar de Pratello y una señora ajustandose el chal al salir de la ópera. A sus pies, una jeringa. Es el contraste. Il cielo è sempre più blu y ella cada vez más roja. Puro ladrillo, adoquin en las barricadas de un 77 que aún no se disipa. Ladrillo que antes amurallaba y ahora se calienta mientras unos erasmus se meten mano cerca de San Donato. Es hoy, esta mañana, el ayer que siempre busqué. Preparo la nostalgia y me atrinchero tras los post-it que mis amigos dejaron en la cocina. Es, aún es. Que siga siendo.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Se dejaba ser

Se dejaba sentir
Se dejaba fluir
Se dejaba morir
en cualquier portal
en cualquier noche
con cualquiera
que supiese que todo el cuerpo
es labio
cuando aprieta el reloj
y sudan las ganas
y tic-tac, tic-tac
se dejaba correr
en la noche, la noche.
Noche era y siempre fue
abismo.
("cuando miras largo tiempo al abismo
el abismo también mira dentro de tí")
-susurra una sombra-
y ella tiembla
mientras se recoloca la falda
y aún temblando,
aún polvo blanco en las venas,
regresa a casa
y piensa
"¿dónde está mi casa?"
y le golpea la violencia
de la certeza diluida
en grumos mal cortados
"estoy perdida,
me perdí, me perdí
hace ya tiempo, joder"
-cállate, hostias.
 El cristal del escaparate
refleja una huida
y las mangeras de los operarios
de limpieza
ahogan la noche.
Son ya las 6:00
y sigue sin encontrarse.
(la encontrarán tumbada en la
acera, con los ojos blancos
y la sonrisa volada)


"Cómo se quiere que muera a tiempo
 quién nunca ha vivido a tiempo"
F. Nietzsche


jueves, 14 de febrero de 2013

Diario de un seductor

Fotografía: Larry Clark

No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
                                      desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.


"El que no ve" 1980

Leopoldo M. Panero


lunes, 28 de enero de 2013

Intolerancia


No soporto la incoherencia de la inmensa mayoría de la izquierda
Ni la vil (y servil) autocomplacencia de toda la derecha
(al menos de toda la que yo conozco).
Me enerva el turbio y falaz equilibrio de los que se dicen de centro
Me irrita profundamente tener que posicionarme
y no encontrar hueco para gritar ni para morder
si no es pisando cabezas y atando los pies
de otros que como yo se creyeron la falsa ilusión
de la libertad ideológica
La primigenia y más ilusoria de las libertades
Esas zorras quimeras a las que todo el mundo dice desear
y a las que follan y vejan y declaran ilegales
Precisamente porque ellas son libres
(En cualquier esquina encontraréis un pensamiento puro
manchado por la lascivia de los depravados de la dialéctica)

lunes, 14 de enero de 2013

Punto y coma

-Escribes con pústulas.
-y tú amas con temor.
(y con temblor)
jamás ama quién huye.
(No dejo de recordarmelo.)
Noches en aquel tejado
luces, coches y alquitrán.
De vez en cuando,
alguna estrella fugaz
y un cigarro apagado
contra tejas negras
y unos pies descalzos
 huyen de la manta
que envuelve cuerpos
en ventanas
que sepultan
cinismo
(pues quizás sí llegue a quererte
aunque jamás susurré nada.)
-dame otro tiro
-bésame otra vez.
Siempre nos pillaba
borrachos el amanecer
(pero ya es mediodía)


Arder, seguir ardiendo, no dejar nunca de arder.

Nieve contra queroseno y pasos de cebra borrados por el blanco nocturno. Gélido traspiés donde el viento cortante congela las lágrimas antes de que puedan alimentar. Los puños cerrados y la tiritera que no cesa. Joder, qué mierda, joder qué mierda, qué puta mierda. Y ahora sí, se rompe contra una columna. Vulnerable al fin. No hay nada que hacer y esa certeza es cuchillo. Cómo se quiebra todo y se crece a base de moratones en la historia. Que ya no es el vértigo del folio en blanco, sino las manchas de café en tinta emborronada y cenizas junto a una botella vacía. No hay nada que estrenar, si acaso flores secas contra una caja de pino. Joder, nos desenredamos para atraparnos otra vez. Somos sólo carne y huesos haciendo equilibrismos para que no se nos vea la inseguridad bajo el disfraz. Al final cristal y luego polvo. Lombrices en tierra blanda. Metástasis y llamadas telefónicas. Se        e          x            t             i            e           n           d             e              el temor. Se es temblor. La cobardía que se descuelga y otra vez el agujero inverso y el epicentro del dolor que se expande en este territorio inestable. Estamos creciendo, sí, pero hacia dentro y no para fuera. Y es peligroso, lo sabe bien quien rellena formularios y tacha sospechas. Lo sabe quien vacía botellas para rellenar ausencias. Quien se desnuda las ambiciones para conformarse con la comodidad del calor de pasear de la mano y discutir por la decoración del hogar. Ella, que nunca quiso dejar el saco de dormir por tardes en Ikea buscando colchones para dos y él, que empieza a ser consciente de que algo está roto en su cuerpo. Y no lo quiere asumir y vuelve al bar en secreto. Al final lo supimos todos. El que se convulsiona en un funeral y quien lo hace en un pasillo con luces titileantes y olor a formol. ¿Y qué hacer? Nada, aparte de escuchar canciones tristes o dibujar soles con el vaho que se desliza por ventanas que ya nadie romperá a pedradas de rabia. Las sucursales bancarias son también casa de quién no tiene donde caer muerto. Curiosa ironía. También, buscando cobijo, entre cartones corretean mamíferos calientes que hallan bolsas hinchadas por este puto viento. Hijos del viento, nos hacíamos llamar. Cuando todo era un juego y la vida flotaba entre risas y la palabra enfermedad  la aplastábamos contra el cenicero si algún incauto pretendía aguar la fiesta. Luego llegaron el malestar y su melliza, la duda. Estalló la mierda que corrió maquillajes impostados y derritió el rímel contra la almohada. La primera visita en secreto al hospital y unos dedos tamborileando, sudando, cruzados. Por favor, por favor. Aún no.  Mientras, el resto, seguíamos ajenos, quemando todo y siendo humo ligero. Hijos del viento, viene la tormenta. Y no sabíamos estar mojados sin follar. No sabíamos lo que es que llueva, que llueva por dentro de las venas y en cada célula que lucha por resistir. No sabíamos nada y hemos aprendido a tropezones, y se desgastaron las zapatillas hasta que la goma de la suela se disolvió en escarcha. Y hace demasiado frío para seguir caminando descalzos bajo esta persistente nieve. Hijos del viento, ahora toca ser fuego. Pero jamás cenizas.