miércoles, 23 de octubre de 2013

Quién pudiera reír...


"Si ya te he dado la vida, llorona
¿qué mas quieres?
Quieres más"


Alguien cortaba queso y alguien liaba un porro. Llovía intenso y las gotas explotaban contra los cristales y se colaban por la grieta que Marcos aún no había tapado. Un cubo de agua recogía el incesante goteo que se filtraba en una madrugada demasiado fría para ser Octubre. En una esquina de la habitación había puesto varios puffs, un par de alfombras y lámparas rojizas. Nunca decidí si me gustaba o no. Estaba a medio camino entre rincón íntimo y burdel pretencioso y decadente. Habíamos vaciado ya ocho o nueve litronas, en las que se acumulaban cenizas que de vez en cuando alguien bebía por error; la botella de Brugal que Mario había robado en el Mercadona y un licor de hierbas asesino que me dejó en un estado de blanda semi-inconsciencia. El magnetismo de aquellas noches era que confluían en la misma estancia, como un enjambre de inadaptados, personas para mí desconocidas y excitantes. Ana me presentó a casi todos:  amigas de cuando estudiaba en el Colegio Mayor, un par de militantes de la facultad y compañeros de noches de pólvora y polvo blanco. Con la música de Chavela de fondo, Ana hablaba de desgarrarse por dentro. Lo hacía con la serenidad de quien ha sufrido hondo y sabe que quizás quiso saber demasiado. Su tristeza se intercalaba con la de La Llorona y, en mi ciego de alcohol y hachís, ambas historias se superpusieron y ya eran sólo una. La fuerza doliente, el empuje del que se sabe perdedor y persiste, la voz ronca pero firme. La anciana lesbiana que lucho toda su vida contra un entorno hostil y misógino por no tener que luchar más por nada, y mi amiga, quizás la más guapa de mis amigas, que se sabe atractiva y se siente desgraciada. Eran un sólo ser, eran la feminidad.  
Y qué es eso, debatíamos, y discutíamos todos sobre si la sexualidad es una construcción social, y sobre qué es la atracción ¿deseo o admiración? "pues acaso me fijo más en las chicas por la calle, pero luego busco pollas en los bares." Los temas recurrentes volvían: y el todos-somos-bisexuales lo dinamitaba Marcos diciendo que él había nacido marica, y que si hubiera tenido la más mínima esperanza de que le podría haber llegado a atraer, también, una mujer se habría evitado todo el sufrimiento acumulado. Hablábamos durante horas del miedo a la soledad en "esta sociedad en la que la velocidad del placer no deja tiempo al nacimiento del deseo", y siempre fluían las caricias cuando el sol comenzaba a desperezarse. Había gente que se quedaba dormitando entre cojines: gente abrazada, gente sin camiseta; algunos borrachos solitarios con la boca abierta y la baba colgando. Crisol de despojos. Yo siempre volvía a casa en el primer metro, tenía que llegar a la cama antes de que amaneciera papá, y mientras esperaba en el transbordo de Avenida de América me miraba reflejada en cristal del panel publicitario. La mirada hueca que me sostenía ese reflejo desconocido me inquietaba. Los retazos de las conversaciones se clavaban en mi incipiente resaca y mientras caminaba a casa, deprisa, que-joder-qué-frío-hace-al-amanecer ("la breve intensidad de las primeras luces..." sonaba en el mp3) volvían todos las palabras de contrabando en el baño, confesiones entre rímel corrido y tampax. Se me anudaba la desolación del anhelo, del deseo, del placer, de la bruma del vacío cuando explota la madrugada. Y del saber que el carpe diem era cada vez es más estridente. Y las drogas menos efectivas para paliar la ansiedad. Entonces, mientras corría hacía el portal, volvía la puta Ana a mi cabeza, para hacerme llover con sus tormentas.


"¿Y cuanto durará esta tristeza, María,
 cuándo se marchará esta tristeza?"




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