"Si ya te he dado la vida, llorona
¿qué mas quieres?
Quieres más"
Alguien cortaba queso y alguien liaba un
porro. Llovía intenso y las gotas explotaban contra los cristales y se colaban
por la grieta que Marcos aún no había tapado. Un cubo de agua recogía el
incesante goteo que se filtraba en una madrugada demasiado fría para ser
Octubre. En una esquina de la habitación había puesto varios puffs, un par de
alfombras y lámparas rojizas. Nunca decidí si me gustaba o no. Estaba a medio
camino entre rincón íntimo y burdel pretencioso y decadente. Habíamos vaciado
ya ocho o nueve litronas, en las que se acumulaban cenizas que de vez en cuando
alguien bebía por error; la botella de Brugal que Mario había robado en el
Mercadona y un licor de hierbas asesino que me dejó en un estado de blanda
semi-inconsciencia. El magnetismo de aquellas noches era que confluían en la
misma estancia, como un enjambre de inadaptados, personas para mí desconocidas
y excitantes. Ana me presentó a casi todos: amigas de cuando estudiaba en
el Colegio Mayor, un par de militantes de la facultad y compañeros de noches de
pólvora y polvo blanco. Con la música de Chavela de fondo, Ana hablaba de
desgarrarse por dentro. Lo hacía con la serenidad de quien ha sufrido hondo y
sabe que quizás quiso saber demasiado. Su tristeza se intercalaba con la de La
Llorona y, en mi ciego de alcohol y hachís, ambas historias se superpusieron y
ya eran sólo una. La fuerza doliente, el empuje del que se sabe perdedor y
persiste, la voz ronca pero firme. La anciana lesbiana que lucho toda su vida
contra un entorno hostil y misógino por no tener que luchar más por nada, y mi
amiga, quizás la más guapa de mis amigas, que se sabe atractiva y se siente
desgraciada. Eran un sólo ser, eran la feminidad.
Y qué es eso, debatíamos, y discutíamos
todos sobre si la sexualidad es una construcción social, y sobre qué es la
atracción ¿deseo o admiración? "pues
acaso me fijo más en las chicas por la calle, pero luego busco pollas en los
bares." Los temas recurrentes volvían: y el todos-somos-bisexuales lo
dinamitaba Marcos diciendo que él había nacido marica, y que si hubiera tenido
la más mínima esperanza de que le podría haber llegado a atraer, también, una
mujer se habría evitado todo el sufrimiento acumulado. Hablábamos durante horas
del miedo a la soledad en "esta
sociedad en la que la velocidad del placer no deja tiempo al nacimiento del
deseo", y siempre fluían las caricias cuando el sol comenzaba a
desperezarse. Había gente que se quedaba dormitando entre cojines: gente
abrazada, gente sin camiseta; algunos borrachos solitarios con la boca abierta
y la baba colgando. Crisol de despojos. Yo siempre volvía a casa en el primer
metro, tenía que llegar a la cama antes de que amaneciera papá, y mientras
esperaba en el transbordo de Avenida de América me miraba reflejada en cristal
del panel publicitario. La mirada hueca que me sostenía ese reflejo desconocido
me inquietaba. Los retazos de las conversaciones se clavaban en mi incipiente
resaca y mientras caminaba a casa, deprisa, que-joder-qué-frío-hace-al-amanecer
("la breve intensidad de las primeras luces..." sonaba en el mp3) volvían todos
las palabras de contrabando en el baño, confesiones entre rímel corrido y
tampax. Se me anudaba la desolación del anhelo, del deseo, del placer, de la
bruma del vacío cuando explota la madrugada. Y del saber que el carpe diem era
cada vez es más estridente. Y las drogas menos efectivas para paliar la
ansiedad. Entonces, mientras corría hacía el portal, volvía la puta Ana a mi
cabeza, para hacerme llover con sus tormentas.
"¿Y cuanto durará esta tristeza,
María,
cuándo se marchará esta
tristeza?"
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