sábado, 30 de junio de 2012

El viejo librero.

Crujía al caminar. Crujían sus huesos, los años, los zapatos. Revoloteaba como una polilla enferma entre las páginas amarillentas. Y él también era puro polvo. Me daba miedo respirar fuerte por si se desvanecía entre los folios. Hablábamos susurrando. No me comprendía. Dijo que sólo hablaba francés y alemán. Lo intenté de nuevo. Se rió y su risa estaba oxidada, era latón, debía de llevar días, quizás semanas, sin hablar con nadie. Era polvo, viento y arena. Era etéreo, pero sus ojos se revelaban sólidos. De esas miradas azul intenso que ni las cataratas ni las gafas de montura consiguen disipar del todo. Más allá, todo arrugas, una sonrisa curvada, y las manos temblorosas, buscando el libro adecuado para mí. "Tu cherches un livre, n' importe pas lequel.. alors, je te donnera un livre que ne pourras pas oublier. Il sera ton livre, il parlera de toi". Buceaba entre ejemplares apilados de un modo aparentemente caótico "Je les connais par coeur". Había leído todas aquellas páginas, los agrupaba según el estado de ánimo que le producía cada lectura. Para él la literatura era terapia y yo necesitaba tratamiento urgente. "Tu as les yeux tristes, tu as besoin de littérature pour oublier. Bon, tu as besoin de littérature pour te rappeller de ceux que tu as essayé d' oublier". Me sentí vulnerable, transparente y estúpida, pero tampoco me importó demasiado. Había algo en aquellas paredes, algo de bálsamo. Señalé temerosa un ejemplar de Victor Hugo, negó intensamente con la cabeza. Después sugerí que tal vez algo de Rimbaud. Ídem. ¿Baudelaire, Breton, Malraux? "Rien, rien, rien". El tiempo se derretía lento, irreal, mientras nosotros seguíamos dentro buscando la obra adecuada. Parecía lacónico y triste. "Je ne comprends pas ce qui se passe". No encontraba nada para mí. Me preguntó cuando dejaba la ciudad y cuando le dije que la mañana siguiente abrió mucho los ojos, asustado. Me confesó que tenía 83 años, que era el librero más anciano de Amberes y que nunca le había sucedido eso con nadie. "Les mots aident des personnes. On trouvera les paroles pour t'aider". El escepticismo escaló por mi garganta. Ahí estaba yo, tan imbécil como siempre, esperando encontrar en un loco anciano un chaman que me solucionara la vida. El escepticismo escaló por mi garganta y explotó en un gemido y unas lágrimas inoportunas que nadie enjugó. En silencio el librero se retiro a la trastienda. Regresó con un cuaderno amarillento, aún sin estrenar. "Tiens, c'est un cadeaux. C'est un vieux cahier que je avais conservé pendant cinquante ans. Je n'ai pas eu le courage d'écrire rien. Prenez-le et commencez à écrire. Tu trouveras les reponses dans tes paroles, dans ta vie. Pas dans les autres". Tomé el cuaderno, le di las gracias con voz queda y salí del viejo local cuando la luna lamía ya los tejados del casco viejo. Metí el regalo en el bolso, las manos temblorosas, sin saber qué escribir, sin saber qué pensar. Regresé a Madrid con las páginas sin tinta y los pensamientos deshilachados. Después, la vida, consumiendo meses, años, lustros. Ahora, sólo ahora, de nuevo en la ciudad tanto tiempo después, busco la esquina gastada, el letrero austero, el cristal ennegrecido. Busco unos ojos brillantes y sólo hallo neón luminoso que reza "Kentucky fried chicken". Ahora, sólo ahora, tomo el cuaderno y escribo. Y yo también crujo.