sábado, 29 de diciembre de 2012

El verano que nos hizo.

Son animales de la noche. Les reconocerás porque están sucios y no les importa. No sólo no les importa, sino que se acomodan en la blanda mugre y se dejan arrastrar por sus turbios flujos. Algunos ríen muy alto, echando la cabeza para atrás y dejando ver oquedades en la boca. Dientes negros y picados, sabor a musgo. Su aliento fétido es su estandarte. Risa de latón oxidado quebrando la hipócrita quietud de la noche. Son animales de la noche, salvajes, encendiendo fuegos, acercando cucharas, gastando jeringas. Si te atreves a acercarte y superas la repulsión inicial comprobarás que no son tan amenazadores como parecen. Si les das la mano no sacan navajas sino caricias. Quizás una caricia a tiempo les falto a ellos y les sobró a ellas. Y ellas vuelven a abrir las piernas, y ellos a cerrar los puños. Mientras, las personas-sombra, domesticadas y temerosas de las cicatrices de los que quemaron la vida entre venas diladas, volverán a refugiarse en los lugares comunes y a cambiarse de acera, lejos de los contenedores y los cartones de vino, cuando se crucen con ellos en la calle. Pero si te acercas, escucha, si te acercas y te tragas los prejuicios o los dejas en el fondo de la litrona (o si viertes tus prejuicios destilados en sus bocas huecas, ávidas de olvido). Si lo haces, escucha, mañana te despertarás siendo, tú también, otro.


foto: Amanecer en una ciudad con puerto.
Norte.
2012.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Llueve desde la noche eterna.

Si me arañara el sol
grisáceo aunque fuera un poco.
Caricia difusa de navaja.
No digo si me derritiese o
hiciese sudar.
Solo demando un leve contacto.
Si me arañara el sol me empezaría
a peinar otra vez y me quitaría estos 
calcetines de lana que son ya esqueleto
también.
Masa ósea que pasea por casa y sube y 
baja escaleras y abre y cierra neveras y nunca 
encuentra nada que calme su sed o sacie su hambre.
Si me arañara el sol, tras los cristales,
me lo comeria a bocados,
o quizás lo tragaría sin masticar
(tanta es mi hambre.)
Que el agua de lluvia es salada
y sigo teniendo sed
y nunca deja de llover.

jueves, 25 de octubre de 2012

Fue entonces.

Cuando todo estaba sucio y el cielo era turba -hermosa palabra- gris, con remolinos de tormenta.
Cuando llovía intenso y abríamos la boca para bebernos las dudas.
Cuando el sudor se confundía con la saliva y las manos se gastaban de apretar fuerte.
Cuando la sangre resbalaba desde la boca y ardía todo tras el último porrazo.
Cuando gritábamos (y creíamos en lo que gritábamos) y corríamos
y rebotaban contra las calles nuestras pisadas
hu
    i 
     di  
        zas.
Cuando ellos eran los monstruos y nosotros los héroes.
Y todo parecía tan claro, y todo parecía tan real.
Cuando los tanques entraban en la ciudad
y nosotros hacíamos el amor en el parque
Cuando leíamos a Bretón entre caladas y acordes.
Cuando mordíamos la rabia
y acariciábamos la locura.
Cuando nos creíamos eternos.
Entonces, lo fuimos.




Tres instantáneas del libro "I ragazzi del 77". Bologna.

"Y toda la ciudad ardía.."

Dobbiamo rompere i confini, le gabbie delle nostre teste.

Vuelo por las calles: el viento en la cara, alcohol en la sangre y una bicicleta que chirría al frenar ante el ámbar tembloroso. Única luz de la noche, en esta parte de la ciudad solo titilan las luces de los semáforos. Tengo frío y me muerde la nostalgia donde la bufanda ya no es suficiente abrigo y la madrugada derrite el calor artificial de la última birra. Amarga ilusión espumosa que revuelve el estómago. Tengo nostalgia y leo en una pared, escrito a tiza, "fuera del útero todos somos extranjeros". Y entonces me caliento, líquido amniótico, retorno primigenio. Tanto tiempo renegando de sentimientos patrióticos, tratando de dinamitar el orgullo por la propia lengua y ahora, mira, emocionada al leer algo en castellano, tan lejos de casa. Es poético y sonoro. Lo leo y se deslizan  las "eses" y sonrío, nostálgica  Todos somos, todos somos. Extranjeros dónde. Fuera de qué. La patria es un invento, una estafa. Pero la lengua no, la lengua vive y, viviendo, da vida. Sólo son palabras. Otra vez las "eses", esbozando ilusiones. Letras cuidadosamente escogidas, grafismos arbitrarios que se tornan poesía. Poesía que salva noches. Vuelvo, vuelvo. Mi casa está aquí, ahora. En esta calle oscura. En esta madrugada absurda de miércoles de octubre. Mi casa son las palabras y yo ya no tengo frío. Luz verde. Pedales, bufanda. Sonrisa. E basta.

viernes, 28 de septiembre de 2012


I (Él)
Me lijo las uñas y barro las cicatrices de mi rostro ante un espejo sin pulir.
Se fragmenta en mil pedazos de cristal la ilusión de obtener el reflejo anhelado.
Cuando- ante esta inquietud carnívora- me cerciono de que no hay certeza de cambio.
Y dejo caer con pulso tembloroso mi imagen al pavimento.
Que sigue ahí tu sangre brotando de mis venas y arrastrando mis lagrimas.
Sin pulir, sin reflejar verdad, sin ser siquiera pálido rumor.
No quiero más espejos
Si acaso ventanas.
Para empezar a volar cualquier noche sin estrellas.

II (Ella)

Una manzana se oxida en un plato sin lavar
-desde hace tantos días-
y los cigarros se acumulan en la taza de café
en la que antes se caldeaban las tardes de besos y libros.
Ya no hay nada, sólo habitaciones sin airear
y motas de polvo sobre la mesa.
Las sábadas están asperas y mi saliva caduca
Las flores se marchitan y con la tierra de la maceta
cubro mi rostro para olvidarme y asi olvidarte.
Pues fuiste escultor de cada poro de mi piel
Y ahora la lluvia lame tu ausencia
y me voy deshaciendo con sus lagrimas.
(Mañana seré sólo un charco y vendrá cualquiera con una fregona
a convertirme en injusticia)

jueves, 19 de julio de 2012

No nos tocamos. Nunca nos tocábamos. Teníamos miedo a tocarnos.
Luego, una noche, sin querer, nos rozamos.
Y todo explotó.




(Aún ando recomponiendo los pedazos de un nada que duele, 
que sigue doliendo).

sábado, 30 de junio de 2012

El viejo librero.

Crujía al caminar. Crujían sus huesos, los años, los zapatos. Revoloteaba como una polilla enferma entre las páginas amarillentas. Y él también era puro polvo. Me daba miedo respirar fuerte por si se desvanecía entre los folios. Hablábamos susurrando. No me comprendía. Dijo que sólo hablaba francés y alemán. Lo intenté de nuevo. Se rió y su risa estaba oxidada, era latón, debía de llevar días, quizás semanas, sin hablar con nadie. Era polvo, viento y arena. Era etéreo, pero sus ojos se revelaban sólidos. De esas miradas azul intenso que ni las cataratas ni las gafas de montura consiguen disipar del todo. Más allá, todo arrugas, una sonrisa curvada, y las manos temblorosas, buscando el libro adecuado para mí. "Tu cherches un livre, n' importe pas lequel.. alors, je te donnera un livre que ne pourras pas oublier. Il sera ton livre, il parlera de toi". Buceaba entre ejemplares apilados de un modo aparentemente caótico "Je les connais par coeur". Había leído todas aquellas páginas, los agrupaba según el estado de ánimo que le producía cada lectura. Para él la literatura era terapia y yo necesitaba tratamiento urgente. "Tu as les yeux tristes, tu as besoin de littérature pour oublier. Bon, tu as besoin de littérature pour te rappeller de ceux que tu as essayé d' oublier". Me sentí vulnerable, transparente y estúpida, pero tampoco me importó demasiado. Había algo en aquellas paredes, algo de bálsamo. Señalé temerosa un ejemplar de Victor Hugo, negó intensamente con la cabeza. Después sugerí que tal vez algo de Rimbaud. Ídem. ¿Baudelaire, Breton, Malraux? "Rien, rien, rien". El tiempo se derretía lento, irreal, mientras nosotros seguíamos dentro buscando la obra adecuada. Parecía lacónico y triste. "Je ne comprends pas ce qui se passe". No encontraba nada para mí. Me preguntó cuando dejaba la ciudad y cuando le dije que la mañana siguiente abrió mucho los ojos, asustado. Me confesó que tenía 83 años, que era el librero más anciano de Amberes y que nunca le había sucedido eso con nadie. "Les mots aident des personnes. On trouvera les paroles pour t'aider". El escepticismo escaló por mi garganta. Ahí estaba yo, tan imbécil como siempre, esperando encontrar en un loco anciano un chaman que me solucionara la vida. El escepticismo escaló por mi garganta y explotó en un gemido y unas lágrimas inoportunas que nadie enjugó. En silencio el librero se retiro a la trastienda. Regresó con un cuaderno amarillento, aún sin estrenar. "Tiens, c'est un cadeaux. C'est un vieux cahier que je avais conservé pendant cinquante ans. Je n'ai pas eu le courage d'écrire rien. Prenez-le et commencez à écrire. Tu trouveras les reponses dans tes paroles, dans ta vie. Pas dans les autres". Tomé el cuaderno, le di las gracias con voz queda y salí del viejo local cuando la luna lamía ya los tejados del casco viejo. Metí el regalo en el bolso, las manos temblorosas, sin saber qué escribir, sin saber qué pensar. Regresé a Madrid con las páginas sin tinta y los pensamientos deshilachados. Después, la vida, consumiendo meses, años, lustros. Ahora, sólo ahora, de nuevo en la ciudad tanto tiempo después, busco la esquina gastada, el letrero austero, el cristal ennegrecido. Busco unos ojos brillantes y sólo hallo neón luminoso que reza "Kentucky fried chicken". Ahora, sólo ahora, tomo el cuaderno y escribo. Y yo también crujo.

domingo, 29 de enero de 2012

Días extraños (Tempus fugit)

Se escapan las horas y yo lloro recordando esos versos de Laboa que Julia me enseñó "mi madre se murió sin llegar a saber para qué sirve la vida". Quizás ese sea mi mayor temor. Que la vida pasa, y pesa como decía esa película, o como dice la anciana a la que cuido y a la que el tiempo execrable y sucio y esquivo le perfora los recuerdos y las ganas de vivir. El alzheimer se disipa en sí mismo y parece inocuo, pero duele si te sabes diluido en nubes blancas de pensamientos sin hilvanar.

Tenían veinte años y gritaban "nunca seremos tan jóvenes como esta noche" y se estrellaban contra el universo con los ojos cerrados, la sonrisa abierta, los sentidos drogados (de ganas y anfetas). Se metían mano en cualquier portal de Malasaña y se alimentaban de fluidos. Ahora solo comen conservas de lata, que se enfrían en un plato de porcelana blanca en una cocina gris de un presente negro. Con tintes rojos.  No es revolucionario, pues hace tiempo claudicaron ante la hegemonía del sincolor, del sinsabor. Del sinvivir.

"No vales para nada." Joder, hay pocas frases más duras que eso. Ella se repliega en su vulnerabilidad y se deja llorar contra la almohada. "Cojo mis cosas y me voy. No tengo nada que perder". Él finge que lee el periódico, pero por primera vez siente miedo. De ella, de si mismo, del amor punzante. Se sabe monstruo y quiere llorar, pero va al baño, mea y tose un poco para que sepa que está ahí. "No tienes nada que ganar." Un bebé llora en una cuna, y una recién casada que jamás se vistió de novia llora en una cama. El teléfono suena y nadie se levanta a descolgarlo.

Tenían veinte años y nadie les oía gritar. Le parece recordar algo del verano del 38. Le pregunto y duda. Me enseña una foto arrugada y ligeramente desenfocada. El dedo avanza tembloroso y se detiene en un rostro. "Era ella, era ella, era ella". Se empañan los ojos y una lágrima cae. "Ni siquiera recuerdo cómo se llamaba, pero la quería, la quería mucho. Y no sabes, bonita, lo que es olvidar el nombre de alguien a quien has amado." Y al que te han robado, al que te han matado.


Abuelo, en casa, enciende una vela y apaga la luz. Hoy el tormento volverá a instalarse entre la funda nórdica y el teléfono, que no suena, que no va a sonar.